viernes, 15 de mayo de 2009

CASTILLA (Comentario literario)

CASTILLA
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas, el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!

A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal responde... Hay un niña
muy débil y muy blanca,
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.

“¡Buen Cid! Pasad... El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El Cielo os colme de venturas...
En nuestro mal ¡oh Cid! No ganáis nada.”

Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: “¡En marcha!”

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga.
MANUEL MACHADO, “Castilla”. En Alma.

• Comentario explicativo del texto

Apoyándose en un episodio relatado en el "Poema del Cid", Manuel Machado ensalza la dimensión humana de Rodrigo Díaz de Vivar. El rey Alfonso VI ha prohibido a sus vasallos que auxilien al Cid en su camino hacia el destierro. Agobiados por el calor y exhaustos por el cansancio, los guerreros piden alojamiento en un mesón; pero ante el recordatorio que una inocente niña hace al Cid del castigo que aguarda a quienes le ofrezcan posada y comida (“El rey nos dará muerte, / arruinará la casa / y sembrará de sal / el pobre campo / que mi padre trabaja...”) y la súplica angustiosa de que se vaya (“Idos. El Cielo os colme de venturas... / En nuestro mal ¡oh Cid! no ganáis nada.”), el Cid ordena a los suyos proseguir la marcha a través de la árida meseta castellana. La reciedumbre física y moral de un Cid que cabalga sin tregua hacia el destierro, insensible a los rigores atmosféricos, pero profundamente humano, destaca en un ambiente que sólo ofrece aridez, desolación y fatigas.

Manuel Machado realza imaginativamente las notas del paisaje acumulando verbos que ponen de manifiesto la potencia calórica del sol, que “se estrella / en las duras aristas de las armas,” (versos 1 y 2), “llaga de luz los petos y espaldares” (verso 3), y “flamea en las puntas de las lanzas.” (verso 4). El ardor del ambiente se proyecta, así, sobre la hueste del Cid, abrasada por un sol implacable; y reaparece en el verso 12, que cierra la tercera estrofa en conciso quiasmo: “¡Quema el sol, el aire abrasa!” Y a la impresión de luminosidad subrayada por estos versos, se suma la eficacia de una adjetivación que insiste en la dureza del ambiente: “ciego sol” (versos 1, 5, 31), “terrible estepa castellana” (verso 6).

Precisamente la adjetivación le sirve a Manuel Machado para caracterizar a los personajes: la fragilidad y delicadeza de la niña (“voz pura, de plata / y de cristal” –versos 14, 15-, “muy débil y muy blanca,” –verso 16-, “toda / ojos azules;” –versos 17, 18-, “oro pálido (...) / su carita curiosa y asustada.” –versos 19, 20-) contrasta con la rudeza de la hueste del Cid, “escuadra / de feroces guerreros,” –versos 28, 29-, que pide alojamiento en un mesón “cerrado a piedra y lodo...” –verso 9-, dando en el postigo “terribles golpes, / de eco ronco,” –versos 13, 14- con el pomo de la espada y el cuento de las picas; pero que es sensible al “sollozo infantil” –verso 28- de esa niña que “llora sin gemido...” –verso 27-, cuando les deniega el auxilio solicitado por temor a las represalias del rey. Y en medio del embate del sol abrasador –“El ciego sol, la sed y la fatiga.” –verso 31-, la “voz inflexible” del Cid –verso 30-, que ordena a los suyos proseguir la marcha hacia tierra de moros.

Son varios los encabalgamientos que figuran en el texto –al no coincidir las unidades sintácticas con las unidades rítmicas, lo que supone, por tanto, la supresión de la pausa obligada a final de verso-; encabalgamientos que se producen, precisamente, en los momentos de mayor tensión dramática, y que confieren a la tercera estrofa –combinación de versos heptasílabos y endecasílabos- un ritmo muy dinámico:
A los terribles golpes, / de eco ronco,
una voz pura, de plata / y de cristal
responde...
Hay un niña / muy débil y muy blanca,
en el umbral.
Es toda / ojos azules; y en los ojos,
lágrimas.

(Versos 13-18)

El resto del poema –en el que predomina la descripción, excluido el aparente diálogo entre la niña y el Cid –versos 21 a 26-, es de ritmo más lento, coincidiendo las unidades sintácticas con las rítmicas, a base de estrofas de cuatro versos endecasílabos, excepto el 1 y el 29, que son heptasílabos.
Con las muchas aliteraciones repartidas a lo largo de poema se obtienen sorprendentes efectos expresivos. La acumulación de vibrantes, por ejemplo, realza el poder abrasador del sol, cuyos efectos –sed, sudor, fatiga- aquejan al cortejo del Cid en su marcha por la árida meseta castellana:
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.
(Versos 4 a 7 y 31 a 34).

La aliteración de la /p/ en la tercera estrofa y, nuevamente, de la vibrante múltiple /rr/, también al comienzo de la cuarta –aliteraciones que suelen coincidir en sílaba tónica, y de ahí su importancia rítmica-, intensifican, igualmente, la violencia con que la hueste del Cid golpea con sus armas el postigo del mesón en el que busca refugio:
Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
Nadie responde... Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
(Versos 9 a 12).

A los terribles golpes,
de eco ronco, (...)
(Versos 13-14, en los que se reitera, además, la sílaba –co a final de palabra: eco ronco).

Y, frente a la dureza de vibrantes y velares, la aliteración de la /l/ ayuda a sugerir la delicadeza y fragilidad de la niña, que no puede ofrecer al desterrado posada ni comida:
(...) una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay un niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
(Versos 14 a 18)

Y todavía podrían rastrearse más aliteraciones, aunque menos relevantes; así, de laterales en la primera estrofa y en los versos iniciales de la sexta; de silbantes en el verso 23...; aliteraciones que refuerzan la sonoridad de una poesía que nunca llega a alcanzar las estridencias de la de Rubén Darío.
Y aunque Manuel Machado es poeta modernista –“medio gitano y medio parisién”, se califica a sí mismo; y es que su poesía incorpora las audacias y renovaciones técnicas de los poetas franceses contemporáneos al tratamiento aristocrático de los temas andaluces-, en este poema –incluido en "Alma", su primer libro- evoca, excepcionalmente, lo esencial del espíritu castellano –como es propio de los escritores de su tiempo- que encarna la figura del Cid Campeador.

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